«LA CAÑADA» y una feria

Desde la creación del pueblo existía. A medida que me internaba desde la quietud de la naturaleza divisaba las últimas casas y encontraba los primeros rincones  de  vida silvestre que anunciaban que había terminado el núcleo urbano; caminaba paralelo a las vías del ferrocarril, mientras el sol caldeaba  el manto descolorido de los pastos y algunos horneros se posaban sobre los  hilos de  cobre del telégrafo provincial. Al noreste de La Cañada las aguas leonadas contorneaban las formas irregulares del arroyo “La Escopeta” que vierte la mansedumbre del agua en  El Durazno, lo bautizaron así por el apodo con que se designaba al vecino Gutiérrez que vivía en un rancho cercano. En 1866 había que sortear el zanjón servido por el arroyo, por esa causa se levantó el  Puente de Piedras con canto rodado en su piso.

Al otro lado de las vías le asignaron la plaza “Santa Rosa”; nació en planos del pueblo de 1899 y nunca se llegó a construir, situada en las manzanas  formadas por las calles 22, 24, 15 y 17 con frente a Salta.  En 1909 el lugar fue invadido por  langostas de patas largas muy voraces. Y, además, los primeros vecinos relataban  haber escuchado bramar  a la locomotora a vapor “La Argentina” al repechar la cuesta

Por el noroeste linda con el barrio  “Las 14 Provincias” y al fondo se desplaza el arroyo   “La Escopeta”. Era común ver por las mañanas a Valerio Guevara de facciones indiadas, llegar con el carro de basura municipal y descargarla en  los sitios  bajos del terreno. La suciedad por el vertido de los residuos domiciliarios, era una permanente invitación a los ratones y al olfato de los perros vagabundos en espera de desechos  para que no peligre su existencia. Su perímetro afectado por los zanjones, sapos y malos olores.

En ese paraje solitario, allá por el año 1914 descendió un globo dirigible guiado por el doctor Alfredo Palacios y Jorge Newbery, hospedándose los ilustres visitantes en el “Hotel de Duro”,  situado en donde se levanta la sucursal del Banco de la Provincia Buenos Aires. Al día siguiente, antes de regresar a la Capital Federal se afeitaron en la peluquería atendida por Alfredo D»Onofrio  al lado del Cine Teatro Español. En 1928 fue  escenario del aterrizaje de un avión Piper piloteado por Bartolomé Cattaneo,  reuniéndose una gran multitud, siendo testigo la niña Rosa Parlapiano vecina del lugar que contempló  el avión cuando la aeronave se guiaba por las vías del ferrocarril antes de bajar en el lado norte de La Cañada.

Innumerables arreos de vacuno han pasado con los dueños a los gritos avivando el paso de la tropa o ante la fuga inesperada de un toro agresivo de pelo renegrido y brillante, como el que se metió en el zaguán de la familia Delagnes ante la mirada atónita de los jinetes que lo perseguían. En épocas de intensas lluvias  se indagaba sobre el lugar conveniente para cruzarla al grito del resero ¡adelante!, ante cualquier peligro se completaba el trabajo con el perro que con fuertes ladridos enfilaba la manada asustada. Hubo quienes aprovechaban esa franja de campo despoblado para hacer pastar sus animales. De vez en cuando era utilizado para la doma de potros despertando interés el coraje y destreza de los jinetes, entre los que supo destacarse el Negro  Barragán de las Quintas.

Era gratificante observar el espectáculo que  ofrecían las aves que levantaban vuelo en cada tramo del recorrido. Al bordear las colas de zorro se alzaba  el chajá y más cerca del arroyo las gallaretas, patos salvajes y entre los juncos una asustada nutria que había perdido el rumbo. A medida que se avanzaba los teros se espantaban con fuertes chillidos y percibíamos que el  suelo se cubría del típico pasto salado anunciando la cercanía de un curso de agua.

En  la empinada lomada existente a doscientos metros del último paso a nivel en dirección a Mercedes sucedió el accidente ferroviario del  año l953, cuando a un convoy de pasajeros le costaba subir, en un momento dado se queda detenido oportunidad en que es embestido por otro tren que había salido de la Estación Suipacha minutos después, originándose fuego en los últimos vagones chocados, el pánico se desató entre los viajeros y gracias a la intervención del personal de la Estación de Suipacha el siniestro no fue mayor.

Los pasos a nivel cruzados por las calles Padre Brady –antes Corrientes- y Calle Colectividad Vasca  (éste último la comunica con el Sector Quintas), fueron teatro de graves accidentes no solo por el atropello de  personas que circulaban distraídamente  por los rieles sino también por automotores embestidos al cruzar las vías sin barreras. Un notable suceso ha quedado grabado en la memoria de los suipachenses, ocurrió en la década del cuarenta cuando  setenta  vagones de carga pasaron por sobre un individuo que se había arrojado debajo de la formación, que al caer –afortunadamente- en una depresión  salva milagrosamente su vida.

Este paraje lleno de recuerdos, fue un punto de observación privilegiado, no había edificios ni árboles que se interpusieran a la vista de las personas en las mañanas de límpido cielo y podían apreciar los rayos del sol que recién despertaban.

Otro sitio tradicional de “la Cañada” fue la feria y remates de  “Darritchon Hnos. y Arainty” luego adquirida pro “Casa Mazzino y Montarcé SRL” muy concurrido por los compradores de hacienda.

Hombre de gran firmeza fue el capataz de feria Don Pedro Ostinelli nacido en Laboulaye que en su juventud supo ser comisario de policía en la provincia natal.  Tenía por costumbre juguetear con un lazo bien sobado  en las puertas de los corrales y hacer un alto con el paisanaje para encender el fuego entre dos piedras y  calentar el agua para el mate cocido y saborear entre todos pedazos de galleta dura para calmar el hambre. Aún hoy parecen oírse los silbidos de don Pedro requiriendo la presencia de su fiel perro para juntar los terneros que se habían alejado,  para luego contarlos varias veces, uno a uno, hasta que el conteo diera bien, enseguida cerraba la tranquera del corral y decía simultáneamente para sus  adentros ¡trabajo cumplido!

Hoy, en  los terrenos que ocuparan los corrales de la feria se han construido  modernas viviendas.

Mi memoria se remonta a cincuenta años atrás, a ese punto de encuentro esperado con ansias para poder vivirlo en la soledad de la siesta del verano,  cuando con mis amigos huíamos sigilosamente de nuestras  casas con el temor de ser descubierto por nuestros padres, nuestra contraseña era un silbido acordado, ante ese pitido respondíamos poniéndonos en movimiento, había llega la hora de la partida y el compromiso de llevar unas criollitas y una botella para la correría. Nos reuníamos algunas veces en la esquina de  1º de Mayo y Corrientes, hoy denominada Padre Brady, para iniciar el recorrido que habíamos planeado en un recreo de la Escuela Nº1. Eso sí, cubríamos nuestras cabezas con gorras para evitar la insolación, nos cuidábamos de no volver con abrojos en nuestras ropas para no llamar la atención y con una honda en la mano nos internábamos alborozados con  la ingenua esperanza de atrapar algún lagarto que dormía panza  al sol.

Vagábamos alegremente por senderos marcados por el uso en busca de nuestro objetivo, trasponer el límite natural –arroyo- para adentrarnos aún más en “La Cañada”  y llegar al monte de la familia Salas para atrapar pajaritos; para ello  primero había que vadear el arroyo, eludir las espinas de las cinacinas y saltar un cerco toda una proeza para los niños, que despertaba luego de hacerlo una sonrisa complaciente. El grito del tero, el trino de los jilgueros y el zumbido del viento enriquecían la música natural de “La Cañada”, de vez en cuando alguna vaca movía la cabeza, olfateaba el aire y lanzaba el mugido en contestación al concierto de balidos provenientes de la feria cercana.

En invierno la diversión era distinta, las bajas temperaturas helaban los charcos y formaban escarchas, la misión era romper con un palo la capa de hielo y disfrutar del  estallido cuando se resquebrajaba.

Las consecuencias de las inundaciones de los años 1959 y  1969 se hicieron sentir, la creciente ha aumentado y la correntada del arroyo es muy fuerte  convirtiendo al sitio pantanoso por  las pisadas de los arreos en pie.

También en el año 1960 se trazó  una pista para la doma de potros y monta de novillos por  la celebración del Día de la Tradición. “La Cañada” fue elegida en 1964 con motivo de las Fiestas del Centenario del Partido de Suipacha para la realización de actos festivos, creándose al efecto una  pista para las carreras de sulkys de caballos al trote; luego ese bien preparado circuito fue utilizado para  las carreras de Ford A y Ford T que correspondían a modelos comprendidos entre 1927 y 1928. Dicen los memoriosos que se desarrollaron competencias de plena emoción animadas por el recordado Oscar Huguenin y José Salvatierra piloteando Ford T y Vicente Lizarribar un Ford A.

Los ranchos de la periferia  entre lo urbano y lo rural, se convertían en centros de fiestas los fines de semana. Era un encanto en las tardes de otoño de moderados vientos ver a los niños  remontar sus barriletes. Sus sendas estrechas originadas por el tránsito de los peatones fueron motivo de relatos y de encuentros inesperados con sombras complotadas y voces misteriosas. Mensajeras de la primavera eran las primeras  mariposas de distintos colores y los cientos de  bichitos de luz iluminando las noches de La Cañada.

Una de las últimas viviendas del radio urbano por 1º de Mayo había sido La “Herrería y Carpintería” de Julio M. Delagnes fundada en 1911, famosa  por la construcción de carros de transporte de leche.

Con el correr del tiempo se convirtió en asiento de una  disgregada población; ya  en el año 1900 se perfilaba solito el rancho de la familia de Tomás Ricardo Cuenca, que en vida fuera estibador en una importante casa de cereales de la localidad. Otros vecinos que le siguieron fueron Don Gutiérrez, apodado Escopeta, del que no quedan descendientes y la familia Torres, que se desempeñó en el corralón municipal  y de esa familia quedan sus nietos. Años más tarde se afincaron primero Alberto Barrio, luego Tevés, Mansilla, Despuy y Amaya y del otro lado de las vías lindando con el Sector Quintas en 1926  el ferroviario Rocha casi en el inicio del curso del arroyo.

Con frente a la antigua calle Corrientes hoy Padre Brady, en la primera década del novecientos vivía el italiano Emilio Perelli que criaba  vacas lecheras en donde  hoy está  el Hotel Alto Suipacha y en la esquina de 1º de Mayo con Padre Brady se encontraba la casa de Domingo Zaurdo después habitada por Alfredo Mansilla, uno de los primeros propietarios de un televisor en la década del cincuenta, al lado en dirección a la cañada las familia Noriega,  Mariani y Acosta, divididos por la calle 1º de Mayo y recostado sobre las vías los potreros alambrados de Marcelino Viva donde siempre asomaba algún pasto verde para sus caballos.

Frecuentaban el suburbio dos personajes muy queridos, que se movían entre el centro y la periferia del pueblo, eran los recordados  Lucho y Flora Caro.

Han pasado más de cincuenta años en que los vecinos de Suipacha se deleitaban al mirar desfilar la gallarda postura de Sixto Quiroga y al orgulloso Isidro Navarro con su rastra de plata simbolizando el distintivo del resero. Otros recuerdan a “El Chileno” con su inseparable poncho encerado sin flecos y a don Juan Hirtun con su lobuno.

El resero es un personaje que poco a poco ha ido desapareciendo de la pampa argentina,  por que ha sido reemplazado por otros sistemas de conducción y comercialización de las reses.

Con los años se ha transformado en un barrio densamente poblado y su aspecto era  absolutamente distinto al de hoy. 

Ya no volverán las tardecitas en que se podía ver el brillante lucero del alba y las primeras luciérnagas despidiendo  una luz fosforescente de color banco verdoso.

 

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