Totino Perroni, el contador de historias (parte 1)

Habla de manera desenvuelta sobre algunas de sus vivencias a lo largo de su vida, repasa los lugares en donde creció y desanda nostálgicas historias sobre el trabajo, su familia y el barrio. Se mete en los personajes reales y los describe tal como son.

Estas son las cosas que dice, que ha hecho y dicho en ese viaje imaginario en el tiempo aportando datos inéditos  y emociones en la entrevista mantenida  el 31 de Agosto de 2012.

Eduardo Jacinto Perroni nació en Suipacha el 11 de Septiembre de 1921, es hijo de un genovés y de madre piamontesa, de cabello castaño claro, estatura mediana, andar pausado y de tez clara. Hasta los quince años vivió en la quinta de Rosello.

Viste a lo campero y nuca se saca su gorra de vasco, salvo para saludar alguna dama, se lo encuentra en su cocina y siempre con el agua lista para tomar  mate y atesora un cencerro que tiene dedicado unos versos por un paisano de La Pampa.

Esta entrevista fue realizada en  su lecho, está postrado por dolores articulares, gracias a la gentil intervención de Teresa Croce de Kelly, que me insistió en hacerla por lo valioso de su testimonio, más aún que se mantiene muy lúcido.

Es una síntesis de las vivencias sobre diversos temas:

PARTE I

Fiebre Tifus

Cuando vino la fiebre tifus (1) – que limpiaba a las familias enteras –  mis abuelos maternos murieron los dos durante la epidemia. Conocí por boca de mi finado padre,  que  le había agarrado la fiebre tifus a una familia que estaban solos en el medio del campo. Ahí, no había médico que fuera, porque no querían ir, tenían miedo,  ni enfermero ni nada.   Mire, mi padre qué riesgo digo yo, corría con el otro  vecino, iban a darles de comer a los enfermos, usted sabe lo que era eso, por eso digo que a veces Dios verá nuestras obras. Ahora ellos en esos tiempos no había muchos antisépticos, venía una caña muy fuerte en damajuanas de diez litros, ellos tenían una y, entonces cuando andaban por ahí con los enfermos, se lavaban las manos, se enjuagaban la boca y tomarían algún trago y será por eso, que mi papa no se contagió.

(1)   Entre 1918 a 1920 se propaga en Suipacha una terrible epidemia de Tifus.

Lazareto

Piensa, pero ¿cómo le llamaban a esa casa en que se mantenía en cuarentena a los enfermos?, pucha no me acuerdo y aclara,  eso no era por tifus, eso era por la viruela. Esa casa fue cedida por Juan Tust, que la había contraído, estaba en una esquina que después fue de Rodríguez, también ahí vivió Evaristo Molina, un hombre de manos grandotas, que iba a inspeccionar los animales al Matadero, pero  no era veterinario. Después en esa casa  vivió Ventura Rodríguez (h), ahora me acuerdo,  le decían El Lazareto de  Las Catorce. (2)

(2)   A principios de 1900, con motivo de una epidemia de viruela se habilitó un lazareto en el barrio “Las Catorce Provincias”.

El Ombú

El ombú estaba  más para acá, para el lado del pueblo. Una vez de debajo del ombú,  salía uno, pero era una persona común de carne y huesos, nada más que salía a asustar a los ocasionales vecinos que pasaban por el lugar, se colocaba una careta que se asemejaba a un chancho y se alumbraba con una linterna. Recuerdo que un día pasaba uno de mis hermanos, era Atilio que le gustaba tirar tiros, le decían Gatillo. Una noche cuando pasa ante el ombú, le sale al cruce el individuo que asustaba a la gente, tenía puesta la careta de un chancho, pero mi hermano no se asustó, ahí nomás  le descerrajó un balazo y éste huyó hacia el interior de un campo cercano.

Se corría la bolilla, que ahí, en el ombú aparecía el chancho con cadenas. Vea Ud. como son las cosas, ese muchacho que hacía esa travesuras fue muy amigo mío, yo lo lleve de boyero para el campo, nada más que para tirar agua para los animales, porque allá no había molino, entonces había que tirar  así, a cada rato y había pocas  comodidades para tirar así, era un pibito, tenía once años, era Cacho Córdoba que siendo grande seguía haciendo  travesuras.

Una vuelta, una pareja de puebleros estaban haciendo el novio y este chancho con cadenas, que no tenía nada de chancho los asustó, era hábil para hacer piruetas en cuatro patas, saltaba y brincaba bien alto, fue tal el susto de la pareja que uno disparó para el pueblo y el otro huyó del lugar, de ahí empezó a correr la noticia  de las apariciones del chancho con cadena en el barrio.

A menudo  aparecía, era él y la policía no lo podía agarrar, no podían dar con él pese a las recorridas que hacían. Todos decían que lo veían pero tal era el jabón que se llevaban que nadie podía describirlo bien. Una noche, la policía de tanto dar vueltas le echaron el ojo a Córdoba, pensaron que podía ser este muchacho por sus salidas nocturnas, entonces lo policías esperaron escondidos cerca de su casa,  cuando una noche  regresaba de hacer una de sus fechorías  lo interceptaron y lo revisaron, le encontraron  en un bolsillo  un pedazo de cadena. (3)

Supongo que el ombú  tiene más de cien años, es muy viejo, cuando yo era chico ya estaba, estoy por cumplir   91 años  en septiembre, así que calcule…

(3)   De las historia han transcurrido casi setenta años.

 La pulpería

Otra cosa que la gente desconoce, ninguno pudo saberlo a ciencia cierta, pero yo lo sé porque lo vi. Siendo joven fui a trabajar con don Ignacio Juan Echave (Cuartel VII) en el año 1943, ahí estaba la Pulpería, muchos la confundían con la de Julián Luengo,  que estaba ubicada cerca  en donde se unen El Durazno y El Cardoso con Los Leones. (4)

Muchos viejos decían que esa Pulpería había estado en La Veleta, otros decían que había estado en el Parque Los Leones, no, estaba ahí, cuando yo fui aún se conservaba parte del edificio, me acuerdo  que tenía unos hierros  para protección, ese campo, todo era de Ana Josefa de Rossiter. Estaba ubicada  en ese camino que va a lo de Manganiello al fondo, se pasaba el arroyo y  por ahí se entraba a esos campos, en donde Don Ignacio Juan  Echave tenía su tambo.

Entonces,  lo de Echave estaba cerquita de la Pulpería esa de la que hablo, entre ese campo y el arroyo Los Leones  estaban José y Catalina Iarzabal  que lindaba para este lado. Cierro los ojos y aún veo una loma bárbara, ahí  desataban los bueyes de las carretas de gruesas ruedas que dejaban huellones en el suelo que aún se notaban a pesar del tiempo.

Ahí, había una vez unos hombres que estaban juntando maíz en ese campo y dormían adentro de la Pulpería,  eran Lara Martínez (El Loco) y el otro,  hombre mayor que vivió muchos años,  ya habrá muerto, supo vivir en La Catorce, otro era Samuel Barragán, esta gente conocía bien donde estaba la Pulpería.

Uno que sabe bien donde estaba la Pulpería, es Pocho Estévez (Tonona), estaba conmigo cuando era chiquito, ahí dicen que había andado Juan Moreira con su amigo Julián Andrade. Dentro del viejo edificio se conservaban algunos carteles de cuando era Pulpería.

(4)   Julián Luengo tuvo campos y pulpería a orillas del Arroyo Los Leones entre 1852 a 1860.

Mi perro gran danés

De esta historia que le cuento  han pasado más de sesenta años (5), una noche debí trasladar a mi hijita Cristina que andaba con fiebre, me acompañaron mis dos perros, eran grandes, uno un gran danés overo con machas que parecían parches blancos, estos perros la querían mucho a mi hija, recuerdo que cuando la poníamos en el cochecito la cuidaban echándose al lado, era riesgoso acercarse  si no era conocido. Ojo, yo no sé si usted sabe que es un perro defensor de la casa, de gran tamaño, cariñoso con el amo.

Siempre me valí de ovejeros, me secundaban bien en las tareas del campo, sobre todo para cuidar las ovejas.

5) Mi hija Cristina hoy tiene sesenta y cuatro años- Nació en 1947.

Gusanos en los caballos

Sabe usted, en aquellos tiempos no había veterinarios cerca para consultar, a veces aparecían animales infectados de gusanos y el animal sufría mucho. Yo los curaba de palabra.

Una de las cosas que más me preocupaba es que mis hijos se ponían bizcos, fue cuando comencé a rezar a Santa Lucía, que ayudó a disminuir el mal que tenían mis hijos.

Siendo tambero de Ignacio Echave, un viejo criollo, para Semana Santa,  me pasó sus saberes,  y así fui practicando curas mediante oraciones y otras veces pasando el dedo sobre la parte afectada, he curado empeines, la culebrilla, ojeaduras, empachos, verrugas y torceduras de pie.

Mi padre el  genovés

Vino de Italia de muy chico, apenas cumplidos los catorce años, se mandó una aventura bárbara, vino solito, no tenía ningún pariente, nadie lo esperaba. (6)

La ventaja que tenían estos italianos recién llegados, era que todos eran quinteros, se radicó al principio en Palermo y anduvo por Martínez. Al bajar en el puerto, estaban siempre los propietarios de quintas echando el ojo sobre los recién arribados, porque sabían  que eran baqueanos para revolver la tierra. Un señor mayor de edad le ofreció llevarlo con él, y acepto así nomás de primera, él era el más chico del contingente recién llegado, el patrón de entrada lo empezó a llamar bambino.

Le pagaban mire usted, contaba que tenían una medida que ahora no me acuerdo, a ver como se llamaba, tenía una medida de l6 metros, ahora me acuerdo, la vara europea, le pagaban diez centavos para carpir, para puntear, le daban casa y comida.

Ellos trabajaban de quinteros por tanto, estuvo varios años trabajando de quintero y ya cuando se hizo hombrecito se fue a estibar bolsas.

(6)   Llegó con la gran masa que arribó al país a partir de 1880.

Estibador de bolsas

Siendo más grande se fue a estibar bolsas que iban dejando las máquinas trilladoras, pero a veces la máquina se le iba lejos y tenía poco tiempo para descansar, las máquinas trilladoras dejaban de trabajar a las diez de la noche,  y a la mañana siguiente había que recomenzar la estiba temprano, tenían poco tiempo para  dormir.

 Vida  en Campana

Mi padre, de vez en cuando salía al pueblo a tomar una copa y a encontrarse con algún conocido. Una noche al regresar después de haber disfrutado un rato agradable, se dirige a un galpón a agarrar un puñado de pasto para alimentar el caballo. Mire, lo podía haber matado, tuvo suerte que no le pegara el matrero que había andado rondando el rancho que estaba solo, ahí mi padre era donde vivía, como no había nadie el intruso se fue a dormir sobre un montón de pastos que mi papá tenía para forraje de los animales. Cuando mi papá regresa, qué iba pensar que estaba el tipo durmiendo, se acercó  para tomar un poco de pasto para el caballo,  ahí nomás sin aviso el matrero le descerrajó un balazo a quemarropa, menos mal que no le pegó, le rasguñó el hombro. Mi padre reaccionó, tenía una fuerza bárbara y lo encaró, que si lo agarraba lo molía a golpes. El tipo fugó velozmente en medio de la oscuridad.

Esto ocurrió en Campana, ahí estaban todos los descendientes de tribus de indios de antes, dios libre, era mejor no meterse con ellos, mi padre y ocho familias más se vinieron para el lado de Suipacha cerca del año 1920.

En Suipacha

Yo nací en Suipacha. Mis padres, los dos eran italianos. Cuando se casaron vivían en Campana, de ahí se vinieron para acá. En el año 1922, mi padre compra esta casa porque tenía salón, a él le gustaba tener un almacén. Mi padre alquilaba un pedazo de campo a don Alberto Billourou, yo lo ayudaba con el tambo, tendría veinte años.

Cerca de esta casa que vivo hoy, había un almacén que les vendía comestibles a los empleados del Campamento Ferroviario que construían el ramal a Román Báez. Primero, acá estuvo Vicente Rossi – 1924-, era mi tío y   primo de Américo Rossi. La mujer de Vicente era hermana de mi madre, la llamaban Luisa. Alquiló el salón de la esquina para vender comestibles y artículos de campo. Luego se trasladó una cuadra en dirección hacia el pueblo sobre Ferroviarios y San Juan. También hubo acá un negocio y fonda atendido por un español de apellido Pérez, que se volvió a España a buscar una herencia, murió estando allá.

Hubo un almacén cerca de acá llamado Sol de mayo y también la peluquería del papá de Orlando Scardella. Frente a mi casa la feria de Caroni  y Moras que remataba el 1º y 2º lunes de cada mes, Ireneo Moras (p) fue su rematador. Un episodio que recuerdo, es que después de un remate apareció ahorcada una persona que había estado en la feria.

Yo me casé en Suipacha en 1949.

 Barrio La Costa Brava

¿Ud. sabe porque le pusieron al barrio La Costa Brava?

La historia nace antes que estuviera el medio asfalto de cintura (7), paralelo  a ambos lados de las vías.  Se hacían grandes pantanos que ni pasaban los pájaros, para hacer el asfalto sacaron tierra de adentro del monte del ferrocarril que está enfrente, para hacer el medio asfalto. En su construcción trabajó un hermano mío de palero, había tres o cuatros palas con un caballo de junta para levantar la tierra. Le pusieron La Costa Brava porque acá era bravo para pasar cuando llovía mucho, porque antes a este barrio lo llamaban decía mi papá La Construcción, se pensaban que el desarrollo se  iba a ir para este lado.

(7) Durante el gobierno conservador  de Manuel Fresco se inician las tratativas del Ferrocarril del Oeste (1938/1940)

Llegó el matón al pueblo

Acá también hubo una historia (8). Una vez, en donde había sido el hotel de Fernando Cachau, ahí donde fue después el Hotel de Roberto Rojas y la vieja chacha de pelota a paleta,  supo ser escenario de pugilistas que mediaban su fama, también en esa esquina se reunían los conspicuos  conservadores de Suipacha, para charlar,  tomar una copa o jugar a los naipes.

Decían que los radicales habían mandado el matón a esa esquina, el apellido se me fue de la memoria, a matar unos conservadores.  Ese hombre que me contaba, lo encontré en el sanatorio en Buenos Aires, éste había trabajado en la construcción del ramal del ferrocarril a Báez, este hombre “el matón fue a Suipacha con un trabuco naranjero, de boca grande, que si te tiran de cerca es capaz de matar a todos los que están en una mesa”, desparramaba una perdigonada de munición similar a la de la escopeta del 16; el tipo llegó  corriéndose una fija. Cuentan que tenía una ceba, la llevaba para que reventara el cartucho. Estos trabucos tenían una boca como de cencerro, desmontó en la esquina del Hotel de Cachau, ató el caballo al palenque y se dirigió resuelto al bar.

Al ver sentados a varios conservadores les grito “así los quería agarrar” y ahí no nomás les sacude un tiro de trabuco, pero el hombre que estaba tan confiado falló, los otros  no tardaron en disparar y lo mataron de diecisiete tiros, todos dispararon desde la mesa, lo hicieron pelota, lo mataron. Uno de los testigos que estuvo ahí y que después se hizo radical, porque en ese tiempo de los sucesos era conservador, fue don Américo Villafañe que era rematador, también estaba un oficial inspector de la policía, Lamardo, que tiempo después lo matan cuando hacía una recorrida a caballo en la esquina donde vivía el vasco Sagastume.

(8) Entre 1907 a 1908 hubo tres intendentes y las rivalidades políticas estaban muy exaltadas entre los dos bandos. El enfrentamiento a tiros ocurrió entre los años 1930 a 1933.

 Muerte del hijo de Uberti

A fines de la década del cuarenta, acá en Suipacha andaba un tipo muy peligroso, se llamaba Mecho Villalba, que estando borracho,  en una cena realizada en la mantequería de M. Uberti Brezza mató a su hijo, cuando maniobro amenazante su cuchillo, era un hombre de mala espina. Machete Goyeneche que trabajaba ahí, fue uno de los testigos del hecho.

La escudera de Rosas

Era Placida Galván (9) vivió muchos años, más de noventa, vivió en un cuartito de la familia de Testa Díaz, donde hoy está la Biblioteca, contaba mi madre que iban a Las Catorce para participar en la novenas organizadas por los Tello y Sosa. Contaba que fue madre de leche en la familia de Juan Manuel de Rosas.

(9) Estimamos años 1925 a 1930.

Doña Crisanta

Mi padre tenía la casa en Suipacha Chico, a unos cien metros de la de Esteban Alejandría. Cuando yo era chico iba a la Escuela 6 que funcionaba en el edificio de la familia de Santiago  Alejandría, que falleció en este pueblo antes de 1925.

La maestra a veces, tenía la  costumbre de mandarnos a la casa de Crisanta Alejandría a llevarle flores, la hija se llamaba igual que la madre. Crisanta vieja murió como a los 103 años de edad, cuando la visitábamos siempre estaba limpita, bien vestida, sentada erguida en un sillón. Lo que nos causaba gracia era que a veces prendía un toscano ( Avanti ) de aroma muy fuerte, yo creo que con el humo que largaba no quedaba ningún mosquito a la redonda, era una criolla a toda ley, cuando se casó fueron a caballo ella y veinte personas más a la iglesia en Mercedes.

Videla el pobre

Lo conocí personalmente ya entrado en años, Lucas Videla era viejito, murió en Suipacha en 1943, según algunas referencias decían que había cumplido  cien años, en su juventud había guerreado contra Paraguay. Creo que don Diego Billourou le había mandado hacer un rancho en el barrio Las Catorce y el gobierno le pasaba una pensión. Don Diego tenía su campo en donde terminaba Las Catorce  por lo de Juan José  Bianchi, y ahí nomás lindaba con el campo de su hermano Alberto que luego vendió a Florencio Silvestre.

Había un cronista local, creo que fue Zapiraín, que le dedicó al veterano de guerra contra el Paraguay unos versos que más o menos decían: “Ahí viene con su matungo overo al trote,/ esta medio escaso de cobre/ y lo llaman Lucas Videla el pobre”; sus últimos años vivió asistido y cuidado por la familia Villarroel Figueroa.

Estancia “Las Saladas”

Fue una estancia muy importante, por ahí hay un campo de lo de Barrancos para atrás  que cambió de dueño, fue de la sucesión de Santiago Bowen. La estancia Las Saladas, dicen que era de legua y media cuadrada de superficie, la ocuparon muchos años descendientes de Felipe Barrancos. Tenía una casa vieja muy grande, construida de ladrillos crudos, eran dos cuerpos, uno servía de alojamiento, el otro de depósito y cocina, aún conservaba parte de un monte muy grande de duraznos.  Estaba ubicada cerca de la cañada Las Saladas, la conocí por referencias cuando era de propiedad de Amelia Berri de Salaverry (Año 1936). Decían los viejos que era una estancia con historia.

 P/D: Continúa en PARTE II

 

 

 

 

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